El triunfo de la muerte

El triunfo de la Muerte

Oscar Bony expone sus últimos trabajos en el Museo Nacional de Bellas Artes

La Maga. Agosto de 1998.
Julio Sánchez

 

Para Oscar Bony la vida y la muerte no son más que dos límites y lo expresa en su obra de distintas maneras: con una góndola paseando un ataúd y una madre por los canales de Venecia o con una pared sesgada levantada en medio de una sala de exposiciones. En esta oportunidad presenta en el Museo Nacional de Bellas Artes, una serie de fotografías baleadas y delante pone un cuerpo: el suyo.

 

Vive en un viejo petit-hotel del barrio sur, a pocos metros del Parque Lezama. La escalera de acceso es la misma que aparece en Kriminal, el sillón donde se sienta junto a su gata siamesa (llegada hace apenas dos días) es el que fotografió en Aquí y ahora. Estos son apenas dos de los títulos de una nueva serie que Oscar Bony tituló El triunfo de la muerte y en la que plantea su propia muerte, un paso que pocos se atreven a dar.

 

¿Cómo se generó esta muestra?

 

Fue a pedido del Museo, pero también porque sentí que en mi última muestra en la Fundación Federico Klemm el tema daba para más. Quería profundizar más algunos aspectos de los suicidios. Me interesa, aunque creo que no lo logro, estilizar lo menos posible. La base teórica de estos trabajos es la siguiente: creo que en el inconsciente colectivo de las personas ligadas al arte aparece en algún momento el suicidio. No es una prerrogativa de los artistas trágicos, cualquiera que esté ligado al arte también tiene una relación sensible con la vida y seguramente pasó por alguna ocasión en la que el suicidio toma sentido. En esta serie de obras no hago ningún comentario acerca del objeto o la instalación; en ese aspecto yo creo que está todo dicho. Lo que presento es muy clásico, todos los trabajos tiene la misma medida y la misma técnica. Lo único original que puedo rescatar es el hecho de trabajar con armas de fuego. Prefiero que los trabajos pequen de aburridos a elaborar una estrategia plástica, no sé si lo consigo. Quiero que la comunicación sea afectiva y que cualquiera, aunque no conozca nada de la historia del arte, se pueda enganchar.

 

¿Por qué tanta certeza de que en el inconsciente colectivo de los artistas en algún momento tuvo que aparecer la idea del suicidio?

 

Porque siempre que aparece el drama existencial el suicidio es una manera de encarado. Yo no creo en la cobardía del suicidio: al contrario, creo que hay mucha valentía. El suicida se permite encarar las contradicciones de la realidad y creo que la más fuerte es la escasa vida espiritual que llevamos, sea por costumbre o por tendencias. El laicismo que hemos vivido fue tan fuerte, tan imperativo, que – no en el plano ontológico sino en el de la vivencia cotidiana, en lo que vive cada cuál todos los días- ha dejado como ridícula la mera posibilidad de la existencia de Dios. Y eso me parece un error, es una arrogancia haber pensado que era posible vivir sin esa parte de la vida. La gente no tiene posibilidad de comunicarse con lo divino. Yo soy devoto de San Genaro y cuando lo digo la gente se puede reír, no me importa. Es muy importante volver a eso que la generación de nuestros padres tenía muy en cuenta porque resuelve cierta condición de la angustia en la cotidianeidad. Es mejor aceptar, o aceptar de nuevo, la posibilidad de que la existencia de Dios impregne la vida. Es como si yo estuviese proponiendo un modelo de hace doscientos años atrás; pero no es así, no quiero considerar la parte clerical del asunto. Hemos dejado de lado la religión por arrogancia, y eso es un error. Hoy suceden cosas que nos hacen replantear algunas ideas; por ejemplo, el Hubbler es un telescopio que está navegando en un medio completamente transparente enfocando las galaxias más lejanas y demostrando que las distancias medidas son imposibles, de nuevo estamos usando por necesidad el concepto de infinito. Y esta necesidad científica implica que es necesario considerar la existencia de Dios. Todo se ha expandido tanto que otra vez hemos llegado al borde, como la relación espacio-tiempo. Yo vengo diciendo hace rato que estamos por descubrir cuál es la verdadera naturaleza del tiempo, que pone al enigma no como una instancia poética sino como una realidad empírica. Nosotros no sabernos cuál es la dimensión del universo, tenemos una idea bastante aproximada de nuestro origen pero no del origen del universo. El terreno ontológico del conocimiento necesita ese plano de borde donde entra la presencia de Dios.

 

Planteas una aproximación científica a la idea de Dios y otra más pragmática: creer ayuda a resolver angustias, pero en la historia de la humanidad hubo un factor determinante de la existencia de Dios: la fe.

 

Ahí estaba yendo. La fe es un acto de humildad en el cual uno acepta la necesidad de esa otra dimensión. El simple acto de creer es un acto expansivo. Además de una necesidad, es una forma creativa porque no se basa en un dato cierto, uno acepta humildemente que hay algo mayor, a lo cual uno se entrega. Del mismo modo yo puedo tener fe en el arte como una forma de lectura de nuestra existencia. Yo tengo fe en que todavía el artista puede intervenir en la sociedad, pero puede ser que no sea así. Es necesario el retorno de la irracionalidad que nosotros habíamos descartado, una irracionalidad que se vive en los miedos, a la guerra nuclear, al sida o a lo que sea.

 

De alguna forma ya estamos en camino, los pensadores de la posmodernidad tienen en común el descrédito de la razón y las diversas formas del pensamiento oriental, mucho más integrador que el occidental, son aceptadas cada vez más.

 

Hay una gran necesidad de tener una vida más espiritual, esto es clarísimo.

 

¿Hubo en su vida situaciones límite que lo pusieron frente a la muerte?

 

Sí. Una fue después del cierre del Instituto Di Tella. Había decidido retirarme, no exponer nunca más en una galería o un museo. Sentí que había entrado en contacto con un frío mortal. Me dio mucho miedo y viví más de cinco años pensando que mi vida había terminado. Había sido una forma de suicidio y luego me di cuenta de que fue un error garrafal. No lo volvería a hacer jamás.

 

— ¿Y situaciones físicas de muerte?

 

Sí, he tenido, pero nunca tuve miedo; es un mecanismo de defensa ante las situaciones de peligro, por eso las he resuelto.

 

En estas obras recientes aparecen en forma recurrente elementos cristianos como la corona de espinas y la cruz. La resurrección es uno de los misterios de fe del cristianismo. ¿Cuál es su opinión?

 

No hay que dejarse engañar por las palabras, el lenguaje tiene los límites de su época. Hay que interpretar la resurrección de los muertos, tal vez no sea tan sencillo. Si la materia desaparece por un agujero negro y vuelve a aparecer por lo que se llama agujero blanco a través de un puente de roce, y el tiempo está estrechamente vinculado con el espacio, es probable que alguna vez descubramos que las cosas no existen en un tiempo presente, pasado y futuro, sino que están pasando cerca nuestro. Es muy difícil expresarlo. La resurrección puede ser una forma para entender la ecuación tiempo-espacio.

 

¿Aprobás el suicidio?

 

Tiene que ser libre para cualquiera, nadie puede impedirlo.

 

¿Aprobar una forma de violencia contra sí mismo no es aprobar una forma violencia, sea cual fuera?

 

No. Lo único que tenés es la vida. Me cuesta entender que se condene legalmente. Y tampoco es un acto contra Dios. Hay que rever conceptos, así entenderemos que el arte no tiene que estar fundado sobre la idea de la belleza sino sobre la idea de la verdad. Reinterpretar muchísimas cosas seguramente implicará una vuelta a una vida más espiritual.

 

La narrativa de los títulos 

Si hacemos una recorrida por alguna de las obras de Oscar Bony expuestas en el Bellas Artes se puede ver una clara incorporación de la narrativa, especialmente en los títulos, como en el políptico titulado El Triunfo de la muerte, tema muy caro a los artistas del Medievo.

Exactamente, es el título de un cuadro de Brueghel delante del cual he pasado horas y días. El triunfo de la muerte es también el triunfo de la vida, es una de las reinterpretaciones que estoy haciendo.

 

Entonces habría que vincularlo con otra obra, El final es el principio.

 

Tiene que ver con esa pregunta que vos hacés. Todo vuelve. Hay algunas precisiones del dogma, como la resurrección de los muertos, que vamos a tener que entender de otro modo.

 

Hay una distancia muy grande con la serie anterior de retratos muy posados e inmóviles. En éste hay individuos de traje saltando en el aire.

 

Estoy de traje porque quiero aparecer como un hombre normal, de los 90, con traje oscuro y corbata. Trato de esconderme en una personalidad en la que cualquiera que mira se puede colgar, sin ninguna personalidad.

 

Otra obra se llama La ley divina no tiene por qué ser justa.

 

Claro, porque es divina, no es humana; está más allá del sentido de justicia.

 

¿Y El cordero místico se refiere al famoso retablo de Van Eyck?

 

No me acuerdo (risas).

 

Hay un personaje de espaldas, en el rincón de una habitación con un caballete y una ventana que tiene un espíritu muy magrittiano.

 

Fue para sacarme de encima esta debilidad por Magritte; para mí es muy importante como asentamiento del arte conceptual. Igual que (Lucio) Fontana que nos permitió a nosotros entrar en el sistema de las instalaciones, es quien propone la incorporación del espacio. De hecho mis cuadros baleados tienen que ver con las perforaciones y tajos de Fontana. Era una persona muy creyente, en sus cartas expresaba una cierta mística.

 

En otros títulos se lee Dos asesinos, una víctima; Culpable, inocente; Kriminal, ¿se podría hacer una lectura social por lo que ha sucedido en la Argentina?

 

Yo no voy a hablar de desaparecidos porque me parece una muletilla de artistas mediocres. Pero es evidente que el Proceso y esa época de muerte marca, a veces de forma evidente y otras por su rechazo, toda la producción posterior. Yo reconozco que la violencia es una forma de nuestro lenguaje cotidiano, lo sabe cualquiera que cruce la Avenida 9 de Julio.

El triunfo de la muerte